Saliendo
del hostel y caminando por la avenida principal hacia arriba llego a la iglesia
de Copacabana. En la puerta está lleno de camionetas 4x4 con banderitas y
muchas flores.
En
el interior, muchas personas escuchando la misa, son las 11 de la mañana de un
domingo. Pero saliendo del interior y bajando una escalerita angosta hasta el
subsuelo puedo entrar en una gruta llena de fieles y velas encendidas, las
paredes negras por el hollín y el olor a cera quemada y transpiración de muchos
cuerpos es penetrante. La energía es fuerte y mi piel siente a través de los
poros una fina corriente de tradiciones ancestrales de la tierra entrelazadas
con cruces cristianas igual de antiguas.
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